jueves, 10 de diciembre de 2009

ENTREVISTA ENTRE FRANCO Y HITLER


El 23 de octubre de 1940 iba a convertirse en una fecha histórica, quizá en el día más trascendental para España de todos los que integraron la decisiva década de los 40. Ese día, en la frontera hispano-francesa, en la población de Hendaya, el Caudillo se entrevistó con el Führer, en presencia de los ministros de Asuntos Exteriores de España y de Alemania, Ramón Serrano Suñer y Joachim von Ribbentrop, respectivamente. Las consecuencias más importantes de dicha entrevista fueron:

a) España logró esquivar su entrada en la guerra.

b) Franco consolidó definitivamente su postura frente al país, recibiendo la adhesión de su pueblo, que por vez primera marginó diferencias ideológicas para apiñarse junto a su Jefe de Estado, en el común deseo de mantener la neutralidad y con ella, la necesaria, la indispensable paz.



La entrevista de Hendaya.
La mañana del día 23 de octubre de 1940 era soleada y con buena temperatura, aunque por la tarde llovió ligeramente. La estación internacional de ferrocarriles disponía de un sistema doble de vías paralelas, a fin de que pudiesen entrar los trenes españoles que utilizaban carriles más anchos que los europeos.

Adolf Hitler y su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, que en la víspera se habían reunido con el político francés Pierre Laval, y eran esperados el 24 por el mariscal Philippe Pétain, llegaron antes de la hora prevista. Francisco Franco llegó con algún retraso. Había pernoctado en San Sebastián, lo mismo que su cuñado Ramón Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores de España. Mientras que el Führer paseaba por el andén, engalanado de banderas alemanas y españolas, a la vista de los soldados que iban a rendir honores.


Cuando el Generalísimo descendió del vagón, Hitler y von Ribbentrop le esperaban al pie de la escalerilla. Franco vestía uniforme militar con gorro cuartelero, mientras que Hitler usaba el uniforme del Partido, con gorra de plato. El barón von Stohrer hizo las presentaciones y luego, juntos, los dos jefes de Estado revistaron las tropas.

La entrevista se celebró en el tren oficial “Erika” del Führer. En el momento de subir al vagón se dijo al embajador de España en Berlín, Espinosa de los Monteros, que ni él ni von Stohrer iban a participar en la reunión. Así pues, en la entrevista celebrada en el coche-salón del Führer asistieron Franco, Hitler, von Ribbentrop, Serrano Suñer y como intérpretes, por parte alemana Gross y por parte española el Barón de las Torres.

Adolf Hitler hizo una larga exposición acerca de la nueva organización que proyectaba para Europa y anunció ya una fecha precisa: sus paracaidistas estaban preparados para lanzarse el 10 de enero de 1941 sobre Gibraltar. Cuando acabó, el Generalísimo hizo también una larga exposición. Habló de Marruecos y de suministros, preguntando si Alemania estaba en condiciones de enviar a España 100.000 toneladas de trigo. Las consideraciones de Franco irritaron a Hitler. Es importante precisar dos de los argumentos del Caudillo:

a) Inglaterra no estaba vencida y si resistía con tanto empeño es porque esperaba una intervención norteamericana.

b) España no podía ceder a nadie el derecho a apoderarse de Gibraltar.

A las siete menos veinte de la tarde terminó la entrevista. Serrano Suñer acompañó a Franco a su vagón y luego el ministro español regresó al tren alemán para reunirse con von Ribbentrop. Hablando directamente en francés, Serrano Suñer dijo a su colega alemán que “en lo que concernía a las peticiones territoriales de España, las declaraciones de Hitler habían sido muy vagas y no constituían una garantía suficiente para nosotros”.

A las siete de la tarde se dio a la prensa un comunicado en alemán y en español, que decía escuetamente:

“El Führer ha tenido hoy con el Jefe del Estado español, Generalísimo Franco, una entrevista en la frontera hispano-francesa. La conferencia se ha celebrado en el ambiente de camaradería y cordialidad existentes entre ambas naciones. Tomaron parte en la conversación los Ministros de Asuntos Exteriores del Reich y de España, von Ribbentrop y Serrano Suñer, respectivamente”.

Después Serrano Suñer permaneció cerca de dos horas con Franco, hasta el momento de asistir a la cena ofrecida por Hitler en el coche-restaurante de su tren. Según Schmidt, el Caudillo estuvo sentado entre von Ribbentrop y von Brauchist y Hitler entre Serrano Suñer y Espinosa de los Monteros. Según el Barón De las Torres, intérprete español, se reanudó la conferencia hacia las diez y media de la noche. Franco se despide a la una menos cinco para dirigirse en su tren a San Sebastián.

Desde el punto de vista alemán, la conferencia de Hendaya constituyó un fracaso. Hitler explicó posteriormente a Mussolini que

“no se pudo llegar más que a un proyecto de tratado después de una conversación de nueve horas”, porque Franco se reservaba absolutamente el derecho a fijar el día y la hora de su entrada en guerra. Fue entonces cuando pronunció la frase que daría la vuelta al mundo: “antes de volver a entrevistarme con él, preferiría arrancarme tres o cuatro muelas”.

El Generalísimo Francisco Franco logró en Hendaya su principal objetivo, ante el que habían naufragado otros gobernantes de Europa: mantener a España fuera de la órbita alemana e impedir que España entrase en la guerra.

La versión del traductor español, Barón De las Torres.
Este documento recoge paso a paso la famosa entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler. Las anotaciones a la conferencia Führer-Generalísimo fueron realizadas por el Barón De las Torres, que actuó en el histórico encuentro como traductor de alemán por parte española. Dado el interés historiográfico del documento, procedemos a reproducirlo íntegramente, tal y como fue redactado por don Luis Álvarez de Estrada y Luque, Barón De las Torres, tres días después de celebrada la entrevista.

«Anotaciones sobre la «Conferencia de Hendaya» celebrada el 23 de octubre de 1940 entre Su Excelencia el Jefe del Estado y el Führer, canciller del Reich, con asistencia de los respectivos ministros de Asuntos Exteriores, señores Serrano Suñer y Ribbentrop”.

Llega el tren que conduce a Su Excelencia el Caudillo a la estación de Hendaya poco después de las tres de la tarde. Hace Su Excelencia el viaje en el «break» de Obras Públicas, acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores, señor Serrano Suñer, y los jefes de sus Casas Militar y Civil.

A la llegada del tren es recibido en el andén por el Führer, a quien acompañan su ministro de Negocios Extranjeros, señor Ribbentrop, mariscal Keitel y todo su Estado Mayor. Una vez hechas las presentaciones de los séquitos respectivos, invita el Führer a Su Excelencia a pasar a su coche-salón, donde se ha de celebrar la entrevista.

En dicho coche-salón, y en una mesa rectangular para seis personas, toman asiento Su Excelencia el jefe del Estado, el Führer, el señor Serrano Suñer, el señor Ribbentrop, un intérprete alemán y el barón De las Torres, que actúa como intérprete por parte española, prohibiéndose el acceso a dicho salón de ninguna otra persona, ya que los embajadores de Alemania en Madrid, señor von Stohrer y de España en Berlín, general Espinosa de los Monteros, han permanecido con el resto del séquito.

El Führer está sentado en una cabecera, teniendo a su derecha al Caudillo y a su izquierda al señor Serrano Suñer; a la derecha del Caudillo está el señor Ribbentrop.

Comienza Su Excelencia el jefe del Estado señalando la satisfacción que le produce el encontrarse por vez primera con el Führer, a quien de nuevo reitera las gracias por la ayuda que Alemania prestó a España durante nuestro Glorioso Movimiento Nacional.

El Führer contesta a Su Excelencia diciendo que es también para él muy grato el momento de encontrarse con el Generalísimo, y después de ensalzar la gesta del pueblo español, que ha sabido enfrentarse contra el comunismo a las órdenes de Su Excelencia, señala la importancia que tiene la reunión de ambos jefes de Estado en este momento crítico de la guerra en Europa, en que acaba de ser derrotada Francia.

Empieza el Führer por hacer una relación bastante minuciosa de todos los acontecimientos ocurridos hace trece meses, y que han dado origen a la guerra mundial, insistiendo que él no quería la guerra, pero que se ha visto obligado a aceptarla con todas sus consecuencias. Pinta la situación de Europa como completamente favorable a las armas alemanas, diciendo textualmente: «Soy el dueño de Europa y como tengo doscientas divisiones a mi disposición, no hay más que obedecer.» Continúa el Führer ponderando la eficacia y el dominio de las fuerzas alemanas, asegurando que será cuestión de muy poco tiempo el aniquilamiento de Inglaterra, cuya invasión se está preparando con gran eficacia, y que le interesa tener prevenidos y sujetos todos los puntos neurálgicos que puedan ser de interés para sus enemigos, y por ello es por lo que le ha interesado tener esta conversación con el Caudillo, pues hay varios puntos en los que España está llamada a desempeñar un papel muy importante, y que no hay duda que velando por sus intereses políticos lo llevará a cabo, ya que si dejara pasar esta oportunidad no se le podría presentar nunca.

A este respecto, dice que le interesa y preocupan tres puntos, que son: Gibraltar, Marruecos e islas Canarias.

Continúa diciendo el Führer, al pasar a tratar de Gibraltar, que ésta es una cuestión de honor para el pueblo español, el reintegrar a la Patria este pedazo de suelo que está todavía en manos extranjeras, y que por su situación privilegiada en el Estrecho sea el punto de apoyo más importante que para la navegación por el Mediterráneo tienen los aliados, y que, por tanto, hay que ir tomando en consideración la necesidad de que se cierre el Estrecho, ya que si Ceuta y Gibraltar estuvieran en manos españolas, sería imposible la navegación.

Ataca el segundo punto referente a Marruecos, diciendo que España, por su historia y por otros muchos antecedentes, es la llamada a quedar en posesión de todo el Marruecos francés y de Orán, y que, desde luego, si España entraba en la guerra al lado del Eje, se le garantizaba el dominio de los territorios antes citados.

Por lo que se refiere a las islas Canarias, dice que, aunque está convencido de que los Estados Unidos no han de entrar en la guerra, pues no tienen intereses de gran envergadura en ella, no así los ingleses, que aunque sufren una situación precaria actualmente, en cualquier golpe de mano podrían hacerse con ellas y sería, desde luego, un golpe muy fuerte contra la campaña submarina que con toda eficacia se está llevando a cabo.

Su Excelencia el Jefe del Estado contesta a los puntos que acaba de mencionar el Führer, diciendo que aunque es exacto que Gibraltar es un pedazo de tierra española que hace muchos años está en manos ajenas, y que sería de gran satisfacción para el pueblo español que volviera a formar parte de la Patria, hay que comprender que lo que al Führer le parece muy fácil, que es tomar la ofensiva contra Gibraltar, supone para un pueblo que acaba de pasar por una de las más terribles guerras civiles un sacrificio, ya que no tiene aún cerradas las heridas de todo orden que ha sufrido, y que sería una muy pequeña compensación para los estragos y dificultades que la entrada en guerra con Inglaterra supondría.

Por otro lado, continúa el Caudillo, por lo que se refiere a Marruecos, debe tenerse muy en cuenta el esfuerzo que para una España aún no rehecha de la guerra civil supone el mantenimiento de los efectivos militares que tiene en su zona y que obliga a las tropas francesas a mantener unos efectivos importantes inactivos que no pueden acudir a otros sectores. Continúa el Caudillo diciendo que agradece mucho los ofrecimientos que para después de la guerra, y en el caso que entrara España en ella, que le hacen de la zona francesa y de Orán, que no se le ha ocurrido pedir, pero que estima que para ofrecer las cosas es necesario tenerlas en mano, y que, hasta ahora, el Eje no dispone de ellas. Añade el Caudillo que este problema de Marruecos no lo ha considerado él vital para España, y comprende que no se le ha hecho justicia a nuestro país y que no se le ha reconocido la situación que por derecho e historia le corresponde; pero que habiendo sido, como lo prueba la Conferencia de Algeciras, problema que siempre suscitó la intervención de todos los países, aun de aquellos que más alejados se encontraban de él, estima que no debe procederse a la ligera, sino, por el contrario, sin hacer dejación ninguna de los derechos que le asisten, examinar el problema con toda frialdad.

Por lo que se refiere a las islas Canarias, no cree el Caudillo que puedan ser objeto de un ataque, pero desde luego, reconoce que aun cuando existen en las islas efectivos necesarios, los medios de defensa de que disponen las islas no están a la altura de las circunstancias, pues el armamento no es eficiente.

A esto contesta el Führer diciendo que se enviarían por Alemania las baterías de costa de gran calibre que fueran necesarias, así como los técnicos encargados de montarlas y enseñar su manejo.

Señala el Caudillo, con referencia al cierre del estrecho de Gibraltar, que considera de mucha más urgencia e importancia el cierre del canal de Suez, pues el corte de éste traería aparejada la inutilidad del estrecho de Gibraltar, y pasaría a ser un mar muerto el Mediterráneo.

El Führer se mantiene en su postura de que considera más importante cerrar por Gibraltar que por Suez.

Insiste el Führer en señalar los grandes beneficios que reportaría a España una intervención al lado del Eje, manifestando que cree llegado el momento en que España tiene que tomar una determinación, pues no puede permanecer indiferente a la realidad de los hechos y de que las tropas alemanas se encuentren en los Pirineos. Y añade que como mañana o pasado tiene concertada una entrevista con el mariscal Pétain y el señor Laval en Montoire, quiere saber a qué atenerse respecto a la actitud de España para obrar en consecuencia con respecto a Francia.

Contesta a éste el Caudillo que no cree que tenga nada que ver la actitud de España en las conversaciones de una potencia que acaba de hacer ofrecimientos, pues, una de dos, o estos ofrecimientos no son más que el cebo para una posible entrada de España en la guerra o no se piensa cumplirlos si la actitud de Alemania con el Gobierno de la Francia derrotada no es excesivamente dura.

Esta contestación del Caudillo no parece agradar mucho al Führer (seguramente porque es verdad), y recalca de una manera un poco vehemente, y sin recoger lo dicho por el Generalísimo, que él no puede ir a Montoire a entrevistarse con Pétain sin conocer una actitud definida por parte de España.

El Caudillo vuelve a insistir en lo antes manifestado, y además reitera que España, que acaba de sufrir una gravísima guerra civil, que ha tenido cerca de un millón de muertos por todos los conceptos, que está falta de víveres y de armamento, no puede ser llevada sin más ni más a una guerra cuyo alcance no se puede medir, y en la cual no iba a sacar nada.

(Al llegar a este momento se suspendió la sesión, que ha durado desde las cuatro menos cuarto a las siete menos veinte. La conversación ha resultado lenta por tener que traducirse del español al alemán y viceversa. Una vez terminada la conferencia se traslada el Caudillo a su coche-salón hasta la hora de la comida que ofrece el Führer a Su Excelencia y a su séquito. Se reanuda la conferencia poco después de las diez y media de la noche.)

En la segunda parte de la conferencia se nota desde el principio el afán del Führer de hacer ver al Caudillo la conveniencia de entrar al lado de Alemania en la guerra, por estar ésta, como quien dice, virtualmente ganada, y asegurando que tendría España cuanta ayuda pudiera necesitar tanto en provisiones como en armamentos.

Vuelve el Caudillo a insistir en lo que tantas veces ha repetido durante el curso de la conversación, de que España no está preparada para entrar en ninguna guerra, y que no se le pueden pedir sacrificios inútiles para no obtener nada de ellos, y que considera que ya es buena ayuda la neutralidad española que le permite no tener efectivos en los Pirineos y la distracción de fuertes contingentes franceses por nuestras fuerzas militares en la zona de Marruecos, aparte de lo que representa el haberse adueñado España de Tánger, evitando que lo hicieran otros.

El Führer a esta contestación, y visiblemente contrariado, manifiesta que, aunque eso es verdad, no es lo suficiente ni lo que necesita Alemania.

El Caudillo le vuelve a contestar que él no puede llevar al pueblo español a una guerra que, desde luego, sería impopular, ya que en ella no se podría alegar que estaba implicado el prestigio ni la conveniencia de España.

Después de un forcejeo insistiendo ambos jefes de Estado en sus puntos de vista, y teniendo en cuenta que quiere llegarse a una solución por parte de Alemania, propone el Führer, de acuerdo con su ministro de Asuntos Exteriores, señor Ribbentrop, que se firme por parte de España un compromiso en el que se compromete a entrar en la guerra al lado de Alemania cuando ésta estime necesario que lo haga más adelante.

El Caudillo vuelve a insistir en los tan repetidos puntos de vista respecto a la imposibilidad de España de entrar en una guerra que no le habría de reportar ningún beneficio y que, por tanto, aunque fuera un compromiso aplazado, él no lo puede aceptar.

Se siguen manteniendo durante más de tres cuartos de hora los respectivos puntos de vista y, pasadas las doce y media, el Führer, que ha ido cada vez perdiendo más su control, se dirige en alemán a Ribbentrop y le dice: «Ya tengo bastante; como no hay nada que hacer, nos entenderemos en Montoire.»

El Führer, dando muestras de su soberbia o de su mala educación, se levanta de la mesa y, de forma completamente militar y agria, se despide de los presentes, acompañado de su ministro de Asuntos Exteriores.

Poco después, y ya de manera oficial, tiene lugar la despedida en el andén en forma aparentemente cordial.

A la una menos cinco arranca el tren que conduce a Su Excelencia, quien creo ha sacado una impresión del Führer distinta a la que se había imaginado, como aquel señor que cree encontrarse con otro y se lleva un chasco.

Mi impresión, como español, no puede ser mejor, pues conozco a los alemanes y sé sus procedimientos, y teniendo en cuenta la fuerza que tienen hoy en día dominando Europa entera, la actitud del Caudillo ni ha podido ser más viril ni más patriótica ni más realista, pues se ha mantenido firme ante las presiones, justificadas o no, del Führer y ha pasado por alto con la mayor dignidad los malos modos, al no ver satisfechos los deseos, del Führer-Canciller.

L. Álvarez de Estrada y Luque

Barón De las Torres

26 de octubre de 1940

La versión alemana de Paul Schmidt.
El intérprete de Hitler para inglés, Paul Schmidt escribió el libro titulado “Europa entre bastidores” (Ediciones Destino) en el que relata la entrevista de Hendaya, cosa bastante extraña ya que al no saber español no asistió a la reunión. Parece lo más probable, que la versión que da de la conferencia, se deba a lo que le explicara posteriormente Gross, intérprete de Hitler en Hendaya. El escrito de Paul Schmidt dice así:

«Al principio, Hitler pintó la situación de Alemania con los colores más brillantes: «Inglaterra está ya definitivamente batida». Y terminó su largo párrafo dedicado a las grandes posibilidades alemanas de alcanzar la victoria con estas palabras: «Solamente falta que esté dispuesta a confesarlo.»



Entonces cayó la palabra Gibraltar. Hitler dijo que si los ingleses lo perdiesen podrían ser excluidos del Mediterráneo y de África.

Franco, al principio, no dijo nada. Entonces hizo una maniobra de diversión. Dijo que el abastecimiento de víveres en España era malo. Preguntó con expresión atenta si Alemania le podía abastecer. Dijo que necesitaba artillería pesada y antiaérea. ¿Cómo podría defenderse España contra la posibilidad de que le quisieran quitar las islas Canarias? Pero por encima de todo consideró incompatible con el orgullo nacional español el aceptar soldados extranjeros para conquistar Gibraltar, que luego había de recibir España como regalo.

Mientras Franco exponía su punto de vista con voz tranquila, Hitler se iba mostrando cada vez más inquieto. Franco, por último, se mostró dispuesto a firmar un acuerdo, mas con tales condiciones previas que dicho convenio no era sino una fachada tras la cual no quedaba nada. Las conversaciones se interrumpieron...Desde un principio había notado que Franco no quería comprometerse a nada fijo.»

Hitler escribe a Mussolini lamentando la actitud de Franco.

Un par de meses más tarde de la entrevista de Hendaya, Adolf Hitler envió una carta a Benito Mussolini, expresándole su preocupación y descontento ante la postura española en el conflicto:

«Duce: Profundamente conturbada España por la situación, que Franco cree que ha empeorado, se niega a colaborar con las potencias del Eje. Temo que Franco esté a punto de cometer el error más grave de su vida. Pienso que su idea de recibir de las democracias materias primas y trigo, como una especie de recompensa por su neutralidad, es extraordinariamente ingenua. Las democracias le tendrán con el alma en un hilo, hasta que consuma el último grano de trigo, y cuando haya llegado ese momento se lanzarán sobre él.

Lamento todo esto porque nosotros habíamos terminado los preparativos para cruzar la frontera española el 10 de enero de 1941 y atacar Gibraltar en los primeros días de febrero. Creo que el éxito hubiera sido relativamente rápido. Las tropas elegidas para esta operación habían sido especialmente seleccionadas y entrenadas. Desde el momento en que el Estrecho de Gibraltar cayera en nuestras manos, el peligro de un cambio de actitud de Francia en el norte y en el África occidental quedaría definitivamente eliminado.

Me encuentro, pues, muy entristecido por esta decisión de Franco, tan poco acorde con la ayuda que nosotros y usted, Duce, le prestamos cuando él se encontraba en dificultades.»

Epílogo

De la entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler nadie salió sabiendo lo que podría suceder en adelante. Hitler, que llegó con la convicción de obtener de Franco el consentimiento para incorporarse al Eje y a la guerra, no lo logró. El Caudillo sabe que su interlocutor se ha convertido en el amo de Europa y que dispone en aquel momento de 186 divisiones ociosas, magníficamente preparadas y dispuestas a cruzar España para llegar a Gibraltar, por las buenas, -y que serían recibidas con entusiasmo y ovaciones por el pueblo español-, o por las males, como sucediera en Polonia o en Francia.

Una cosa fue evidente y es que dadas las condiciones personales de Adolf Hitler, otra persona que no tuviese como el Generalísimo Franco la gran habilidad, la enorme serenidad y temple y el aplastante prestigio, no habría conseguido la victoria lograda en la dialéctica batalla que el 23 de octubre de 1940, ahora hace 65 años, fue librada en la población fronteriza de Hendaya.

1 comentario:

  1. Aquí faltan muchas cosas y algunas falsedades. Es muy útil ver lo que dijo muchos años después Serrano Suñer que estuvo allí y el profesor de Relaciones Internacionales Antonio Marquina. También está bien ver las memorias de Churchill donde indica que el Reino Unido pagó muchos millones de pesetas entonces a Generales del Estado Mayor de España (por medio del banquero de las Baleares Juan March) para que dieran malas indicaciones a Franco y enfriaran todo lo posible las ganas de éste. Porque Franco viendo que Inglaterra podría caer en pocas semanas SÍ quiso entrar en la guerra, no obstante sabía la debilidad de su ejército; aumentada esa sensación por esos generales sobornados. Hay mucho en todo esto. La versión oficial dada por Franco es falsa. La reunión fue entusiasta de Franco y de hacerse con terrenos en el Magreb, pero Hitler de momento no quiso distanciarse de Petain en Francia... al final por lo de Rusia todo se paró.

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